sábado, octubre 27, 2007

sabor a metal

sin importar cuánto nos ufanemos de nuestra bizarra pero cultural filia por los muertos, los mexicanos tampoco estamos preparados para la muerte. la verdadera, la que no tiene sombrero de colores ni sabe a pan dulce, sino que deja un seco sabor a metal en la lengua.

no importa cuántos cultos se le rindan, de cuántas formas la imaginemos ni cuánto santifiquemos a los que han sido tragados por ella, la verdadera muerte es simple, plana, súbita y tan dramáticamente contundente, que jamás nos permite estar listos para ella. la mentalización, la conciencia de nuestra mortalidad, de poco sirven cuando llega ese momento que tanto tememos pero del que tan seguros estamos: cuando llega, propios y ajenos se congelan ante la evidencia de que somos burdamente finitos.

morir, ver morir, padecer una muerte o tratar de confortar al que la padece. nadie, ni el inmune que no tiene nexo emocional alguno con el que muere, está exento de los efectos devastadores u opresivos de ese momento tan vacío; ese sólo instante tan hueco, tan carente de sentido, que -al menos en este lado del mundo- nos afanamos en llenarlo de significados que no tiene.

para que el sabor a metal sea, al menos, amargo.
para que la navaja no se sienta tan fría en las vísceras.
para que no duela tanto.