martes, septiembre 30, 2008

Muerte, muerte y más muerte

Todo pasó tan rápido que no tuve tiempo de deprimirme, de asimilar que estaba viviendo aquello a lo que más temí, pero que entendí siempre como un destino ineludible. El monstruo más feo de todos, el más temible, aquel que con un rugido podía desollarme toda, apareció de la mano de quien prometió amarme por siempre, y sin embargo, no me petrifiqué; no sufrí un colapso, no morí del impacto de verlo.

Me asustó, sí; sufrí por un momento, sí; pero luego di la vuelta y le resté toda la importancia que siempre tuvo. Monstruo tarado, no sabía que yo venía preparándome para su llegada desde hace meses, quizá años.

Y ahora hay tantas cosas que hacer, que en verdad no tengo tiempo de entristecerme. Ni ganas. La tristeza es opcional, leí alguna vez en el lugar equivocado, y ahora más que nunca lo comprendo y lo practico. Murió mi matrimonio, y con él murieron varias cosas dentro y fuera de mí -además de las que ya habían muerto desde antes y que colgaban, putrefactas, de la piel de este amor- pero como dije una vez, la muerte lleva en el vientre la semilla de la vida; y todo el dolor que ahora hay a mi alrededor, sólo son las contracciones que anuncian lo que está por nacer...

Optimista? Jamás. Pero me cansé de que la muerte me controlara, ahora soy yo quien la tiene agarrada de los cojones.