sábado, febrero 12, 2011

soy la morsa

Según el examen que me hicieron hoy -nunca fui la mejor en las pruebas, pero ninguna había sido tan humillante como ésta-, la condición de mi cuerpo es biológicamente equivalente a la de una persona (sana) de 50 años.

Tengo 32.

El vaso medio lleno: hace 3 meses, mi edad biológica era 58. Rejuvenecí 8 años.

El vaso medio vacío: tengo más arrugas que mi madre y mis tías, ya sólo quepo en un pantalón y mi silueta cada vez se parece más a conocida oruga infantil.

Nunca fui de deportes.

Cuando me llamaban 'Daria' en la universidad, no aludían sólo a mi sarcasmo o a mi poca sociabilidad.

Siempre preferí ejercitar la mente que el cuerpo, y aunque tampoco me gustaba la idea de autodestruirme con drogas, tampoco era saludable.

Tampoco cuidé nunca mi alimentación; siempre comí lo que me dio la gana, durante todo el día.
Jamás me preocupó la grasa, celulitis, calorías... y sólo me enteraba de mi peso cuando iba al IMSS por mis interminables afecciones de la garganta y estómago.

Por 30 años fui una flaca sin chiste -como Daria-.
Siempre tuve presión baja y mi pulso es como un mito.
Mis manos siempre fueron frías y mi piel luce
un lindo bronceado tono 'morgue'.
Por 30 años me rehusé a ejercitarme, comer bien y dormir temprano.

Todos esos años dije que preocuparse por la apariencia era una frivolidad.

Pero también dije que cuando la grasa empezara a estorbarme en el sexo,
empezaría a ocuparme de mi físico.

Los insultos en la infancia que hacían referencia a mi languidez
-popotitos, hueso, caminas de manos, patasflacas, te va a llevar el aire, etc.-
me crearon un morboso placer cuando empecé a engordar.

Era una gorda feliz, porque mi gordura eran apenas unos gramos extra,
un rellenito coquetón, una sutil voluptuosidad general.

Pero ahora he pasado de gordibuena a franca foca;
la grasa no sólo me estorba en el sexo y en la ropa
-y muchos otros momentos-
sino que empiezo a creer que por la grasa
ya no tendré más sexo.

Eso, no pasa.

Y no sólo me estorba. También me incomoda,
me alenta, me deforma, me envejece.

Debo empezar a aceptar que ya no seré más la persona que fui por 30 años
y empezar a construir otra persona. Esta vez, un poco más saludable.

Sólo por el placer. Propio y ajeno.