Lo que veo en el espejo jamás ha coincidido con lo que sé que soy.
Esta figura escuálida, pálida y frágil no le hace justicia al monstruo que la habita.
Mucho menos este rostro agrietado y blanco como mármol, de labios incitantes y ojos suplicantes.
Desmerecen el fuego y la lluvia que ellos escupen.
Tanto, que cuando todos los demonios juntos se disponían a romper en pedazos ésta escultura inspirada en Tiziano, decididos a terminar con el encierro, su fragilidad y docilidad les hicieron pensar "sería todo un desperdicio".
Pero no soy un caso único.
Cuando pasaste al plano tridimensional, y tuve tiempo y ojos y labios y lengua y piel y lucidez suficientes para absorberte por más de 24 horas, se bifurcó la línea que trazaba tu imagen en mi mente: la calidez de tu voz no hace eco a la estridencia de tus letras; la asombrosa suavidad de tu piel, más parecida a un cúmulus que a un ser humano, contrasta con las escamas de tus demonios y el inagotable calor de tu alma derrite al hijodeputa que a todos les quieres vender.
Mi percepción se confunde ante estas discordancias que, sin embargo, hacen nacer en mis entrañas un bizarro alivio: nunca parecemos lo que realmente somos.
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