domingo, enero 03, 2010

2009

Por fin terminó el maldito año.

El año de la crisis más severa desde la gran depresión,
el año en que fuimos víctimas de todo tipo de erizes.

2009 me azotó, me flageló,
me abofeteó incesantemente
con el guante de la realidad.

Debutó con la pérdida de mi mal amigo.
El mundo se despobló cuando él se fue.
No quedó un alma a mi alrededor: cuando él me dejó,
mi ser quedó completamente solo. Huérfano.

La incongruencia sumada a mi desidia
me hizo perder otro buen empleo.

Encontré a una versión masculina de Claudia a los 20 años
y mis vicios le sirvieron de coartada para dejarme,
justificando su miedo y sus inconsistencias.

El arcano que me rescató en su carroza mágica
de la depresión que seguiría a ese rompimiento,
dejó ver su condición de ilusionista
al crearme un universo que no existía.

Cuando decidí hacer uso del tan mexicano amiguismo
(pese a que lo odio) para conseguir un empleo,
ni así lo obtuve.
(Aunque aquí debo acotar que, a propósito de esa chamba,
sucedieron dos cosas positivas: me dieron otra que, al menos,
me permitió sobrevivir los últimos meses del año, y conocí
a la mujer que obtuvo el empleo que yo quería.
Encontré una gran, gran amiga).

Los dioses me sorprendieron con un nuevo regalo:
un hermoso e irresistiblemente seductor atajo
para escaparme de la realidad
cuando Eisenheim se esfumó.
Un oasis a medio desierto
cuando la sed amenazaba con matarme;
era imposible no sucumbir ante él.

Pero era sólo eso: un espejismo.
Era tan difícil de creer, que cuando lo creí,
me costó el doble aceptar que no existía.

Y... bueh. 2009 también me dejó nuevos y grandes amigos,
reforzó los lazos con algunos ya conocidos
y hubo mucho, pero mucho Kinky.

La estructura familiar se agrietó.
Algunos de los más queridos cometieron traición,
decepcionándome profunda, dolorosamente.


Pero lo que no te mata te hace más fuerte.
Y aun tengo pulso.
Creo.

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