viernes, octubre 14, 2005

Destruyendo prejuicios.

Como introducción, sólo trataré de redimirme un poco ante la voz en mi cabeza que me reclama:

¿No que odiabas los blogs?

Sí, solía odiarlos porque son una versión cibernética de "mi querido diario", pero, al encontrar algunos cuyos contenidos son hasta interesantes (hasta hacen que valga la pena estar aplastado frente a un molesto monitor fastidiándome los ojos al leer), me dieron ganas de hacer algo chido. A ver si me sale.

.................y bueno sí, sí, ya! También lo hice por esa afición enfermiza de imitar el comoportamiento de mis peores enemigos...

Cada vez que salgo a hacer una entrevista, me convenzo más de que estoy en el camino correcto. Siempre he tenido cierta habilidad, hasta virtud, para comunicarme con las personas, particularmente, para escucharlas. Creo fielmente que todas las personas merecen (y necesitan) ser escuchadas, como un método de liberación y autodepuración que les permite soportar con mayor facilidad esta patética vida. Los demonios se salen muchas veces por la boca...
Además, cuando platican con alguien se conocen un poco mejor a sí mismos. La confianza para contarle a alguien lo que se siente o se piensa, es la libertad de mostrarse a sí mismos lo que son sin temor a un juicio... Y el poder seguir platicando con las personas, ganarme su confianza para que me compartan su experiencia y, además, cobrar por ello, como dicen los de Master Card, no tiene precio...

Porque yo, además del beneficio económico, obtengo un extra personal: de las conversaciones con personas tan distintas a mí (y entre sí) aprendo a abrir mi mente hacia otras formas de ver el mundo y la vida, lo que, si bien no cambia mi propia concepción, sí enriquece mi panorama.
Hoy conversé con un embalsamador para mi reportaje de "Vivir con la muerte". La iniciativa de trabajar este tema fue para confirmar o rechazar mi concepto sobre esas personas, a quienes siempre visualicé como Daniel Giménez Cacho en la película Cronos: un patán insensible, cínico, frívolo y muy cochino. Pero resulta que no, son personas increíblemente tranquilas, agradables y sensatas. Platiqué con dos médicos forenses, un sepulturero y un embalsamador, todos hombres agradables, con un buen sentido del humor, familia y un sueño ininterrumpible. El prejuicio era que esas personas deben ser duras y frías para no absorber las cosas que ven y que perciben, pero resulta que ni siquiera se acercan al concepto. Todos católicos, todos con esposas e hijos -aunque un poco machos porque ninguno permite trabajar a sus esposas-, todos precavidos y serenos (ya saben cómo acaban los que se exceden) y todos, todos, creen que la muerte llega cuando tiene que llegar. Cuando "Dios nos requiere a su lado". Pese a que todos los días manipulan cuerpos muertos, muchos de ellos asesinados o en descomposición avanzada, pese a que su trabajo consiste en hacerse cargo (de distintas formas) de un trozo de materia orgánica, totalmente ajeno al concepto divino del ser humano, siguen creyendo en un dios y en su poder absoluto.

Yo ni siquiera podría dormir......

Vi cuerpos en la Facultad de Medicina de la UNAM, con un aspecto como de cecina cruda, amorfos, completamente inexpresivos y tan despersonalizados como las planchas sobre las que reposaban, con un lindo aroma a formol completando el cuadro dantesco...vi una fosa común con un fémur asomándose entre la tierra... vi llegar un cadáver fresco al SEMEFO, recién asesinado y todavía tiñiendo de rojo la sábana que lo cubría... y después de eso, no logré conocerme en esa circunstancia, no pude saber si mi estómago resiste esas imágenes o no. Y de verdad quiero saberlo, pero no quise arriesgarme, en medio de mi trabajo, a que mi estómago fuera más débil de lo que creo.........

Cuando haya salido la crónica en el periódico, la subiré aquí. Mientras, expirmiré un poco la mente a ver si sale algo digno de ser publicado aquí.

No hay comentarios.: